CUENTOS DE LA SOPA
BOBA. (Los hombres de ayer)
Conduce
una moto, en una curva pronunciada, derrapa en la graba de la cuneta, moto y
hombre, chocan contra el quita miedos.
El gran golpe.
Un eclipse semi total de cuerpo y entendimiento.
Confuso,
intenta incorporarse, la rueda de atrás sigue derrapando unos segundos,
arrancando escupitajos a una gravilla
manchada de gris y aburrimiento, cuyos sonidos despiertan la quietud de un viento que no suena.
Arriba, el sol se mira en los radios de las
ruedas con total indiferencia.
Total:
otro que la palma.
El
hombre, aún medio conmocionado se pregunta.
_¡
Pero qué a pasao, rediez!
La
cabeza le da vueltas, igualito que los días de feria en el pueblo montando el
tío vivo con los niños. Solo que ahora, hasta a los ojos les dan fluorescencias y tan pronto ven la carretera,
como un agujero oscuro que no se acaba nunca, como la ven convertida en una
cinta grande de plata vieja, que pensando en sus cosas, se aleja dando bandazos
a su libre albedrio.
A
duras penas logra sentar medio trasero sobre la gravilla, material duro y
punzante lleno de mala leche donde los haya. Los pantalones hechos una lástima,
miserablemente rotos a la altura de las rodillas, y las nalgas casi al aire,
salvo por el escuálido calzoncillo, ya que por semejante parte se han
desprendido dos trozos del magro pantalón semejantes a ventanucos en standby
dejando el culo, magro y de color aguachirle, en pos de una vergüenza gratuita,
puesto que por el lugar no rondaba ni la cola de una lagartija.
Intenta
levantarse, y se cae al suelo, se
arrodilla, vuelve a intentarlo, se cae de nuevo. A su cuerpo le falta
coherencia y veinte años menos.
—Blanco
y en botella- se dice.
—Sin
duda son los pies: no me sostienen los pies-. ¡Dita sea!
Acción
congruente e inmediata.
Mirarse
los pies.
Observa
que le falta un zapato. Mira a su alrededor, debe ir a buscarlo, la mujer lo
mata si llega sin calzado, no se anda con bromas, haciendo acopio de lo que
suelen tener los hombres entre las piernas, nunca las mujeres, (no es mío)
intenta levantarse, y se cae, esta vez está seguro de que ha caído por culpa de
la pierna derecha, la mira y empieza a
palparla a partir del fémur, nada anormal hasta llegar a media pantorrilla. Sigue faltándole el zapato… y
con él, el pié, hasta más arriba del tobillo.
Mira
su alrededor, está completamente a solas, ni un coche, ni una moto, ni un
teléfono móvil, ni siquiera un puto
tractor. Solo, jodidamente, solo. Con aquella maldita moto petarda, hija de puta y cabrona, que ya le parecía a él
algo díscola de entendederas, ya que a veces, y solo a veces; cuándo tomaba una
curva a la derecha, a si lo atestiguaba el manillar obediente a su mandato, la
rueda delantera le daba por campar a su
antojo, con la altanería y la seguridad de un tecnócrata hipotético.
En la
graba del arcén, antes gris, amorfa y
siempre escaqueándose, algo empieza a filtrarse
entre las piedras hasta convertirse en charco denso y caliente al tacto.
Sangre.
Su
sangre.
Y no
es cierto que esté totalmente solo: a unos veinte centímetros del suelo, un
enorme moscardón zumba, más bien se diría que zurea cual paloma en celo, ante
tamaño banquete.
(Un reniego)
—Esto
es serio, cojones, o te espabilas o la palmas, ¿qué vas a decirle a tu mujer y
a los niños cuando llegues; si es que llegas.
De
forma mecánica, el miedo, a veces tiene estas cosas, intenta abrocharse el
botón superior del cuello de la camisa. Le parece algo perentorio, que debe
subsanar cuanto antes, como si todo lo que le sucede fuese consecuencia de no
hacer caso a su mujer, cuando le suplica que al menos con corbata y traje se
abotone “el último botón”, “por favor, por favor, que lo haga por ella. Y él,
mirándola de manera turbia le dice que no, que ni muerto. Y ella suspira, se le
saltan las lágrimas y dice por lo bajini.
—¡Cómo
pudo parir madre, tamaño animal de noria!
De aquí a nada vendrán las moscas y te comerán
vivo.- piensa- empiezan por los mocos, se bajan a la boca y cuando no tienen
bastante, te devoran hasta los ojos.
Vaya,
que hay días en que sin comerlo ni beberlo, va y te sale una flor en el culo,
por no decir una almorrana.
Y es
qué, uno no da abasto con todo.
Dobla
un poco la cintura. Levanta una parte del trasero. Siente la quemazón de mil
alfileres, o eso le parece, pinchándole
todas a la vez, baja la cinturilla del slip, se pasa los dedos, algo de sangre,
piensa: placer y dolor, más placer que
dolor.
¡Mierda, mierda, mierda! ¡Pero si
tiene hasta la polla empalmada!
Hay que joderse, ¡ Puñetas! Se pasa una mano por el rostro, traspira,
nota como la piel se le pone pegajosa.
—Hay que ponerse en marcha-se dice-
el cielo se está poniendo tonto.
Intenta
levantarse y al primer traspiés, cae de bruces con la contundencia de un paleto
borracho asqueroso y vomitón (toda su vida lo recordará). Igualito que en la
mili,-piensa- una noche de guardia en
que jugándose por tres perras gordas como quién dice, la chulada de ser el más hombre, va y se bebe
dos botellas de cazalla él solito, y se pasa dos meses en la “chiquera” por “ borracho asqueroso, imbécil y vomitón”-según
el sargento- solo que esta vez una punzada de aire frío le corre por la
espinilla en perfecta simetría con un
escozor de ojos precursores de grandes lagrimones que resbalan hasta la comisura
de una boca que los recibe haciendo pucheritos al tiempo que escupen sangre,
saliva, y restos marrones y negros de dientes careados en su fase final de
desgaste.
A rastras. Primero hay que buscar el zapato,
con un poco de suerte el pié o lo que quede, estará dentro, el sabe atarse los
cordones mejor que nadie, ¡cómo hay Dios!
Y después ya veremos. Afortunadamente, el pie se encuentra dentro como
esperaba.
Con el
zapato en la mano y el pie dentro, se dirige hacia el asiento de atrás de la
motocicleta, en el suele llevar una caja de las que se utilizan en los
mercados de plástico con rejilla de un verde oscuro macilento con cierto aire
de maltrato, la caja, que esta se cuidaba de vengar deslizando por las rendijas
ciertos utensilios o hortalizas demasiados endebles, casi iguales a minas de
lápiz, que no hay mano a la cual no le resbale por mucho que se empeñe en
conservarla. Cuatro cebollas, porros, patatas, un melón que se ha salido del
surco, avellanas y almendras perdidas en la tierra marrón y suelta, que florece
de collejas, trotamundos, o malvas, amén
de doradas gramíneas, sobrecama de todo tipo de animales, incluyendo a los del
género humano.
Debe cortar la hemorragia o lo encuentran como un pajarito.
Con dos gomas tensoras se hace un torniquete,
pone en marcha la moto, coloca el zapato con el sangrante pie en el regazo y se
dirige al hospital más próximo.
Omito, diálogos de médicos, enfermeras, y
penitentes de salas de espera, por miedo a ser tachada de pesada, cargante, insoportable, vanidosa. (sic) CARLOS, es correcto?
Huelga
decir que el hombre fue atendido debidamente, que por conocimientos médicos que
a mí se me escapan, le colocaron entre
pie y pierna amputados, y durante dos
largos años, una especie de grilletes
medievales, cuyos torniquetes debía apretar o aflojar según días y antojos de
ambas partes, al parecer no siempre de
acuerdo entre sí.