martes, 29 de enero de 2019

Cuentos de la Sopa Boba


                     CUENTOS DE LA SOPA BOBA.  (Los hombres de ayer)

           


            Conduce una moto, en una curva pronunciada,  derrapa en la graba de la cuneta, moto y hombre, chocan  contra el quita miedos.

El  gran golpe.

Un eclipse semi total de cuerpo y entendimiento.

Confuso, intenta incorporarse, la rueda de atrás sigue derrapando unos segundos, arrancando  escupitajos a una gravilla manchada de gris y aburrimiento, cuyos               sonidos despiertan  la quietud de un viento que no suena.

 Arriba, el sol se mira en los radios de las ruedas con total indiferencia.

Total: otro que la palma.

El hombre, aún medio conmocionado se pregunta.

_¡ Pero qué a pasao, rediez!

La cabeza le da vueltas, igualito que los días de feria en el pueblo montando el tío vivo con los niños. Solo que ahora, hasta a los ojos les dan  fluorescencias y tan pronto ven la carretera, como un agujero oscuro que no se acaba nunca, como la ven convertida en una cinta grande de plata vieja, que pensando en sus cosas, se aleja dando bandazos a su libre albedrio.

A duras penas logra sentar medio trasero sobre la gravilla, material duro y punzante lleno de mala leche donde los haya. Los pantalones hechos una lástima, miserablemente rotos a la altura de las rodillas, y las nalgas casi al aire, salvo por el escuálido calzoncillo, ya que por semejante parte se han desprendido dos trozos del magro pantalón semejantes a ventanucos en standby dejando el culo, magro y de color aguachirle, en pos de una vergüenza gratuita, puesto que por el lugar no rondaba ni la cola de una  lagartija.

Intenta levantarse, y se cae  al suelo, se arrodilla, vuelve a intentarlo, se cae de nuevo. A su cuerpo le falta coherencia y veinte años menos.

—Blanco y en botella- se dice.

—Sin duda son los pies: no me sostienen los pies-. ¡Dita sea!

Acción congruente e inmediata.

Mirarse los pies.

Observa que le falta un zapato. Mira a su alrededor, debe ir a buscarlo, la mujer lo mata si llega sin calzado, no se anda con bromas, haciendo acopio de lo que suelen tener los hombres entre las piernas, nunca las mujeres, (no es mío) intenta levantarse, y se cae, esta vez está seguro de que ha caído por culpa de la  pierna derecha, la mira y empieza a palparla a partir del fémur, nada anormal hasta llegar a media  pantorrilla. Sigue faltándole el zapato… y con él, el pié, hasta más arriba del tobillo.

Mira su alrededor, está completamente a solas, ni un coche, ni una moto, ni un teléfono móvil,  ni siquiera un puto tractor. Solo, jodidamente, solo. Con aquella maldita  moto petarda,  hija de puta y cabrona, que ya le parecía a él algo díscola de entendederas, ya que a veces, y solo a veces; cuándo tomaba una curva a la derecha, a si lo atestiguaba el manillar obediente a su mandato, la rueda delantera  le daba por campar a su antojo, con la altanería y la seguridad de un tecnócrata hipotético.

En la graba del arcén, antes gris,  amorfa y siempre escaqueándose, algo  empieza a filtrarse entre las piedras hasta convertirse en  charco denso y caliente al tacto.

Sangre.

Su sangre.

Y no es cierto que esté totalmente solo: a unos veinte centímetros del suelo, un enorme moscardón zumba, más bien se diría que zurea cual paloma en celo, ante tamaño banquete.

 (Un reniego)

—Esto es serio, cojones, o te espabilas o la palmas, ¿qué vas a decirle a tu mujer y a los niños cuando llegues; si es que llegas.

De forma mecánica, el miedo, a veces tiene estas cosas, intenta abrocharse el botón superior del cuello de la camisa. Le parece algo perentorio, que debe subsanar cuanto antes, como si todo lo que le sucede fuese consecuencia de no hacer caso a su mujer, cuando le suplica que al menos con corbata y traje se abotone “el último botón”, “por favor, por favor, que lo haga por ella. Y él, mirándola de manera turbia le dice que no, que ni muerto. Y ella suspira, se le saltan las lágrimas y dice por lo bajini.

—¡Cómo pudo parir madre, tamaño animal de noria!

 De aquí a nada vendrán las moscas y te comerán vivo.- piensa- empiezan por los mocos, se bajan a la boca y cuando no tienen bastante, te devoran  hasta los ojos.

Vaya, que hay días en que sin comerlo ni beberlo, va y te sale una flor en el culo, por no decir una almorrana.

Y es qué, uno no da abasto con todo.

Dobla un poco la cintura. Levanta una parte del trasero. Siente la quemazón de mil alfileres, o eso le parece,  pinchándole todas a la vez, baja la cinturilla del slip, se pasa los dedos, algo de sangre, piensa:  placer y dolor, más placer que dolor.

            ¡Mierda, mierda, mierda! ¡Pero si tiene hasta la polla empalmada!

             Hay que joderse, ¡ Puñetas!  Se pasa una mano por el rostro, traspira, nota como la piel se le pone pegajosa.

            —Hay que ponerse en marcha-se dice- el cielo se está poniendo tonto.

            Intenta levantarse y al primer traspiés, cae de bruces con la contundencia de un paleto borracho asqueroso y vomitón (toda su vida lo recordará). Igualito que en la mili,-piensa-  una noche de guardia en que jugándose por tres perras gordas como quién dice,  la chulada de ser el más hombre, va y se bebe dos botellas de cazalla él solito, y se pasa dos meses en la “chiquera” por  “ borracho asqueroso, imbécil y vomitón”-según el sargento- solo que esta vez una punzada de aire frío le corre por la espinilla  en perfecta simetría con un escozor de ojos precursores de grandes lagrimones que resbalan hasta la comisura de una boca que los recibe haciendo pucheritos al tiempo que escupen sangre, saliva, y restos marrones y negros de dientes careados en su fase final de desgaste.

A rastras. Primero hay que buscar el zapato, con un poco de suerte el pié o lo que quede, estará dentro, el sabe atarse los cordones mejor que nadie, ¡cómo hay Dios!  Y después ya veremos. Afortunadamente, el pie se encuentra dentro como esperaba.

Con el zapato en la mano y el pie dentro, se dirige hacia el asiento de atrás de la motocicleta,  en el suele llevar  una caja de las que se utilizan en los mercados de plástico con rejilla de un verde oscuro macilento con cierto aire de maltrato, la caja, que esta se cuidaba de vengar deslizando por las rendijas ciertos utensilios o hortalizas demasiados endebles, casi iguales a minas de lápiz, que no hay mano a la cual no le resbale por mucho que se empeñe en conservarla. Cuatro cebollas, porros, patatas, un melón que se ha salido del surco, avellanas y almendras perdidas en la tierra marrón y suelta, que florece de collejas,  trotamundos, o malvas, amén de doradas gramíneas, sobrecama de todo tipo de animales, incluyendo a los del género humano.

Debe cortar la hemorragia o  lo encuentran como un pajarito.

Con dos gomas tensoras se hace un torniquete, pone en marcha la moto, coloca el zapato con el sangrante pie en el regazo y se dirige al hospital más próximo.

Omito, diálogos de médicos, enfermeras, y penitentes de salas de espera, por miedo a ser tachada de pesada, cargante, insoportable,  vanidosa. (sic) CARLOS, es correcto?

Huelga decir que el hombre fue atendido debidamente, que por conocimientos médicos que  a mí se me escapan, le colocaron entre pie y pierna  amputados, y durante dos largos años,  una especie de grilletes medievales, cuyos torniquetes debía apretar o aflojar según días y antojos de ambas partes, al parecer no siempre  de acuerdo  entre sí.

           

       

 

           

sábado, 7 de abril de 2018

la niña que comía mariposas

Mientras tuvieron la vida por delante no se dijeron nada de sus mutuas querencias. Pero cuando la vejez empezó a asomar el hocico por el horizonte, afloraron nubarrones de sangre, batallas de odios profundos y salvajes, alimentados  por rencores y envidias ancestrales, que la soledad y la brutalidad de aquellos parajes no ayudaba a menguar...

Cuando el cura bendijo a los muertos, una tremenda explosión abrió las cuatro ventanas de la torre.
El sol se escondió en la nubes de algodón, queriendo ser noche que no día.
-Es el Diablo que se ha marchao.
Hasta los civiles se sacan el tricornio y se secan el sudado.
La memoria los observa a todos temblorosa de lágrimas.
¡Por Dios bendito!
¡Aquello si que era miedo de verdad!

lunes, 22 de mayo de 2017

LA NIÑA QUE COMIA MARIPOSAS

"...Hizo traer todos sus libros y durante un tiempo se encerró en ellos como en un nocturno y en el sexo como un desahogo. Hasta que cansada de lo primero, que no de lo segundo, le dio por viajar y hacer visitas a fin de librarse de las cornadas que da el aburrimiento."


fragmento del libro LA NIÑA QUE COMIA MARIPOSAS. segunda edición.










miércoles, 17 de mayo de 2017

Al Despertar

 
 
"Tú serías el motivo de que yo vuelva a empezar
si supieras de la fuerza que requiere el despertar".


Y siguen y siguen unos versos apretujados de ternura y sensibilidad...